viernes, 27 de junio de 2008

Las fichas de la tagua

Un excelente y muy bien documentado artículo de Claudia Leal, publicado en el #30 de Julio-Diciembre 2005 de Historia crítica, la revista del departamento de historia de la Facultad de ciencias sociales de la Universidad de los Andes, trajo datos para mi desconocidos sobre la explotación de la tagua en el Pacífico colombiano, que ampliaron en forma notable la magra información publicada sobre estas fichas en mi catálogo de Fichas de Colombia.

La tagua es la semilla de palmas del género Phytelephas (del griego phyto=planta y elephas=elefante) de las que se conocen unas 23 especies, subespecies y variedades. Una de éstas es la Phytelephas tumacana, en una época endémica de la región de Tumaco en el litoral pacífico colombiano, limítrofe con el Ecuador. Fuente de ingresos para muchos habitantes de la región durante casi un siglo, en la actualidad está casi extinta, al ser desplazada por sembrados de palma africana.

El curioso nombre de la planta-elefante se debe a la gran similitud de sus semillas secas con el marfil de los elefantes, de gran dureza y susceptibles de ser talladas y coloreadas, pudiéndose obtener tallas de gran belleza, solo limitadas por la habilidad del artesano y el tamaño de las semillas (unos 5 cm). No obstante, fue sobre todo la elaboración de botones lo que dio lugar a la prolongada demanda internacional de tagua. Ésta comenzó tímidamente en la década de 1840 y decayó hacia 1940, cuando la competencia de los botones de plástico acabó con un negocio que empezó en Europa y luego de la Primera Guerra Mundial pasó a Estados Unidos.

Realizado por las comunidades negras, el trabajo de recolección era sencillo y podía llevarse a cabo durante todo el año. El recolector buscaba las semillas en el piso del bosque y en un día, sólo o con su mujer, podía recoger tres quintales de semillas. Con eso venía a Tumaco, a alguna de las diez o doce casas de comercio existentes en el puerto, que compraban su tagua y la secaban al sol durante semanas y hasta meses antes de exportarla.

Tal como sucedió en esos mismos años con el caucho en el Amazonas, los comerciantes proveían a los recolectores de bienes como sal, telas, hachas, machetes y abarrotes, pagando la deuda con tagua y recibiendo siempre parte a crédito. En esta forma los recolectores permanecían endeudados y debían volver a recoger tagua, perpetuando así la relación con el comerciante. Casas exportadoras como las de F. Benítez y Francisco J. Márquez emitieron fichas que, dado el caso, entregaban a los recolectores en lugar de dinero, impidiendo así que acudieran donde un competidor que de seguro no aceptaría sus fichas.

Quien desee profundizar en el tema, encuentra aquí en formato pdf el texto completo del artículo de Claudia Leal, Un puerto en la selva. Naturaleza y raza en la creación de la ciudad de Tumaco, 1860-1940.

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