miércoles, 29 de noviembre de 2017

La “Cocobola” (2/3)


En mi calidad de asesor numismático del Banco de la República, en abril de 1998 viajé a Ibagué en compañía de Jorge Emilio Restrepo y Angelina Araújo, directora de la ya desaparecida Sección Numismática del banco, para examinar el contenido de algunas cajas de utileria ya en desuso para la fabricación de moneda, conservadas desde años atrás en la Casa de Moneda de Bogotá y que luego pasaron a la nueva ceca de Ibagué cuando se hizo el traslado de los procesos de acuñación en los años 80. El objeto de la visita era dictaminar sobre el interés de ese material para la colección numismática del banco y su posible utilización en el nuevo museo numismático en que se venía trabajando.  

Se trataba de 22 cajas pequeñas de madera, selladas y cuidadosamente marcadas e inventariadas. Recuerdo la emoción que nos embargó, cuando al abrir la primera de ellas, escogida al azar, lo primero que vimos fue parte de la hermosa troquelería de la ceca de Medellín, fabricada en la Casa de Moneda de París por Albert Barre en 1873, que vino a parar a Bogotá con la venta de la ceca antioqueña en 1953. Con febril entusiasmo seguimos abriendo caja tras caja, encontrando cada vez verdaderos tesoros numismáticos. Las troquelerías fabricadas en Londres por Leonard Wyon en 1873 para las cecas de Medellín y Bogotá, incluidas matrices de reproducción para denominaciones de oro y plata que no llegaron a utilizarse y de las que solo en ocasiones se ve alguna prueba. Ya del siglo XX estaba la troquelería grabada en Denver en 1917 por John Ray Sinnock para las monedas de níquel de 1, 2 y 5 centavos que empezaron a circular en 1918 y entre lo más antiguo estaban los troqueles de base cuadrada usados en los primeros años de la Independencia y, aún mas sorprendente, varias cajas con pilas para punzones de la época de la Colonia, con las firmas de grabadores de renombre de las cecas de Madrid y Sevilla. En total eran mas de 1800 herramientas entre matrices de reproducción, punzones y troqueles, que sin lugar a dudas debían entrar a hacer parte de la colección numismática del banco. Por fortuna, en Ibagué estaban estorbando y en la colección numismática ansiábamos comenzar su estudio, así que el trámite fue simple y sin mucho papeleo. En un par de semanas estaban las cajas en Bogotá y yo quedé a cargo de su identificación y catalogación.

Retomando el tema que nos ocupa, en una de las primeras cajas que abrimos estaban las matrices originales de la Cocobola, de cuya fabricación solo sabíamos que había sido comisionada por el gobierno en Nueva York. Pero, ¿quién grabó las matrices y dónde fueron acuñadas las monedas? Eso aún estaba por verse...


Matrices originales para la Cocobola.
Fotografía de Jorge Emilio Restrepo
Por una parte, el somero examen que pude hacer con tantos cientos de herramientas esperando a ser identificadas, medidas y codificadas, no permitió detectar ninguna marca del grabador y simplemente quedaron como un caso más para estudio posterior que hasta ahora no se hace. No obstante, sí alcancé a notar un par de detalles significativos. El primero de ellos fue que el año que aparece en la matriz del anverso es 1886 cuando las monedas solo aparecieron en 1887. En segundo lugar, el escudo nacional en la matriz del reverso es notoriamente diferente del de las monedas de esa denominación en esos años, lo cual fue sin duda la razón para descartar esa matriz reemplazándola por una más convencional, lo que explicaría la demora en la acuñación de las monedas.

Así las cosas, pasaron los años y ya en Medellín, en estos días durante una de mis frecuentes búsquedas en Internet, hallé por casualidad las imágenes de dos pruebas de acuñación en lámina de plomo o cinc, que claramente correspondían a las matrices originales de la Cocobola en la colección del Banco de la República.


Siguiendo el enlace respectivo, descubrí que estas pruebas, junto con otro par similar y una de solo el reverso, hicieron parte del extenso archivo de Rudolph P. Laubenheimer, uno de los más notables  grabadores y medallistas de los Estados Unidos, que ejerció su oficio en Nueva York entre 1858 y 1905, y cuyos archivos, cuidadosamente conservados por la familia durante más de cien años, fueron subastados en Nueva York en junio de 2015 por Archives International Auctions.

Este tipo de prueba hace parte del proceso de verificación que rutinariamente hace el grabador con una matriz en las últimas etapas de fabricación. Esto se logra poniéndola sobre una pequeña cantidad de cinc fundido vertido sobre un papel, con lo que se obtiene una impronta muy detallada aunque también muy frágil por el escaso espesor de la lámina de cinc, conocida en inglés con el curioso nombre de “trial splash”.  

Aunque lo usual con estas improntas es que finalmente se descarten, por alguna razón Laubenheimer decidió conservar estas en su archivo. Lo triste del caso fue que, camufladas entre cientos de otros lotes, pasaron desapercibidas y se vendieron en el remate por muy poco dinero.

No obstante, el afortunado descubrimiento sirvió para aclarar uno de los interrogantes antes planteados, el de la identidad del hábil grabador que logró plasmar en el troquel la semblanza de doña Soledad Román de Núñez con sus rasgos de matrona, con tal fidelidad que cuando llegaron las monedas a manos del público fue reconocida de inmediato.

(Continuará)