sábado, 9 de junio de 2018

Reflexiones de un coleccionista

La agobiante presión del comercio numismático y de las publicaciones dedicadas al tema nos tienen convencidas de que las únicas piezas (léase monedas, billetes o fichas) dignas de ser coleccionadas, son las que no muestran ningún desgaste, las que no tienen huellas de haber circulado alguna vez. Esto, de repente, me hizo frenar en seco y ponerme a recordar mis primeros años de “coleccionista” muchas décadas atrás.

Por ese entonces, tendría yo quizá unos diez años, mi padre me regaló dos o tres moneditas de plata, sobrantes de un viaje a Panamá, que aún conservo aunque hace muchos años solo colecciono monedas colombianas. Conociéndome, sé que de inmediato corrí a buscar el Pequeño Larousse Ilustrado de mi casa para leer lo que había sobre Panamá y a un mapamundi de globo, ya sin el aro en el que giró alguna vez, a buscar el Istmo. Por un tiempo permanecieron en una cajita, pero al poco tiempo esas pocas monedas iniciales se habían transformado en un buen grupo de monedas de varios países, regalo de amigos de mis padres cuando viajaban, que ya necesitaron una caja de madera más grande, incluso con una chapita, regalo de mi padre.

Con la llegada de una moneda nueva, buena parte de la diversión era identificar el país de origen, la época y la denominación. Aún sin disponer de catálogos ni mucho menos del gran apoyo de internet, no era grande la dificultad para hacerlo con los países de América ni con muchos de los europeos, aunque el hecho de ser la época de la posguerra a veces hacía que el asunto fuera más complejo e interesante.

Por otra parte, aunque la mayoría de mis monedas mostraban desgaste, a veces tanto que se dificultaba su identificación, no recuerdo que eso me hubiera molestado en forma alguna. Por el contrario, en mi imaginación juvenil estaba el origen de ese desgaste al pasar la pieza de mano en mano por muchos años. Tenderos, vendedores de periódicos, amas de casa, tranvías y hasta mendigos (obviamente, todas eran cuidadosamente lavadas con agua y jabón por exigencia de mi madre). Aún recuerdo mi excitación cuando por fin pude descifrar los misterios de la escritura y los años lunares en las monedas de los países islámicos. Una moneda de Iraq con su desgaste natural traía a mi mente imágenes de los abigarrados mercados árabes y del Ladrón de Bagdad de las películas.

Si hablara, cuantas historias podría contar una moneda desgastada y aún perforada como parte de la función económica para la cual fue creada. En cambio, ¿qué podría contar una pieza numismática que nunca ejerció su función y que desde que nació fue encerrada en un álbum? Las piezas sin circular son bonitas… y pare de contar. En mi opinión, es triste tener que mirar el coleccionismo numismático solo con ojos de inversionista.