En 2017, ciento
treinta años después de la sonada emisión de la moneda colombiana de cincuenta centavos
de plata que conocemos como “Cocobola”, bien vale la pena refrescar la memoria
sobre los acontecimientos que dieron lugar a su origen y mas tarde a su remoquete.
La famosa Cocobola de 1887; diámetro real: 30 mm |
Pasada la guerra civil
de 1885, a pesar de las buenas intenciones de las casas de moneda de Bogotá y
Medellín las acuñaciones no marchaban con suficiente rapidez y los gastos de la
guerra hacían apremiante la necesidad de numerario metálico. Se pensó entonces
en recurrir al exterior, como ya se hacía con la moneda de níquel, y se entró
en comunicación con los agentes comerciales del gobierno en Nueva York, por
entonces Camacho Roldán & Van Sickel, para contratar la
acuñación de una cantidad apreciable de piezas de cincuenta centavos en plata
de ley 0,500.
Todo hubiera marchado
sin tropiezos de no haber sido por la acucia de los comisionistas que, previa
consulta con el presidente Núñez, junto con las descripciones oficiales de ambas
caras de la moneda, le remitieron al grabador una foto pequeña del perfil de
doña Soledad Román, la esposa de Núñez, para que le diera un “toque personalizado” a
la efigie de la Libertad, sin imaginar la tormenta política que con ello se
desataría.
Es evidente que el
presidente no le dio importancia al asunto y quizá pensó que, fuera de su mujer,
nadie lo notaría. No contaba sin embargo con la pericia del grabador ni con la
astucia de sus opositores que vieron en ello la gran oportunidad. Años después en
su biografía refería doña “Sola” lo ocurrido:
“Llegaron las monedas y fueron puestas en circulación. ¡Ay, amigo!
Aquello fue un escándalo apenas conocieron mi retrato. Los periódicos vomitaban
improperios. El pueblo susurraba que Núñez se iba a coronar emperador. Y, por
último, las denominaron “Cocobolas”, nombre que conservaron hasta su total
desaparición.”
Los enemigos de Núñez
hicieron su agosto en esa oportunidad, pero ¿de dónde salió lo de “Cocobolas”?
Pues resulta que el curioso remoquete está ligado a un sonado y trágico
episodio ocurrido en Panamá dos años antes durante la guerra de 1885, cuando en
medio de la revuelta los enemigos del gobierno incendiaron a Colón, que quedó
reducida a escombros y cenizas. Por esos días era Colón una de las ciudades más
populosas de Colombia, con multitud de almacenes y bodegas atestados de
mercancías importadas, casi todos de propiedad de extranjeros. Del incendio
sólo se salvaron siete edificaciones y quedaron sin hogar más de quince mil
personas. Las pérdidas materiales ascendieron a treinta millones de pesos
colombianos. Una cifra astronómica para la época.
Algunos de los
incendiarios fueron cogidos en flagrante delito y fusilados en el sitio sin
fórmula de juicio. Otros dos, un mulato haitiano y un jamaicano de nombre
George Davis, más conocido como “Cocobolo”, habían sido capturados con la tea
en la mano por los marinos del barco de guerra norteamericano Galena, surto en
la bahía, que prestaron su ayuda en un comienzo para restablecer el orden en la
aterrorizada ciudad. Estos fueron entregados a las fuerzas del gobierno central al mando de Rafael Reyes, para ser juzgados en consejo verbal de guerra.
Éste se reunió el 6 de mayo de 1885 y condenó a los acusados a ser “ahorcados
del pescuezo”, como lo pedía un memorial firmado por los vecinos de Colón. La
sentencia se llevó a cabo el mismo día en el lugar donde se inició el incendio.
(Continuará)